sábado, 15 de junio de 2013

Llega la hora

Llega la hora, de levantarse, desenfundar espadas y proclamar que no habrá enemigo que me hunda.
Que no hay soledad mejor que el fragor de la batalla,
que no hay monstruos que no estén de mi parte,
que esa impoluta ciudadela sin sueños caerá.

Se romperán las manos y se quebrará el corazón,
y la sangre brotará, amarga, a la comisura del labio,
y quedará nada derrotada, alma sin funda, dueños sin destino.

Matemos al fantasma, quitemos la esperanza de la ecuación, pero sin darnos a sus vicios de ególatras ahogados en su reflejo, sin manos sobre las cuerdas de la guitarra, tendidas sobre el precipicio, dancemos, malditos, con las puntas de los dedos...


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